Hace seis años que dejé de trabajar en escuelas. Extraño muchísimo el aula y tener alumnos, a primera hora sentir el olor a colegio -mezcla de plasticola, cartulina, tintas, perfumes y cremas de las docentes…-.
Y si tanto me gusta, ¿por qué dejé el aula?
Cuando empecé a trabajar como maestra, en el turno tarde del Normal 1, era suplente. Una suplencia, otra, otra… hasta que decidí que necesitaba un trabajo estable y empecé a trabajar en escuelas privadas. A la mañana, una escuela privada en Devoto (7mo grado, área lengua). A la tarde, suplencias en el Normal. Cuarto, segundo… ¿Y cómo llegaba de Devoto a Barrio Norte? En el colectivo. ¿Y cuándo almorzaba? En el colectivo, por supuesto. Nunca estuve tan gorda… comía un sánguche en el colectivo y llegaba justo cuando los alumnos se estaban formando.
Al salir del Normal iba a Filo, estudiaba Ciencias de la Educación. Entonces, durante todo el fin de semana, corregía -claro, tenía lengua y séptimo!- y hacía infinitos informes, sin dejar de lado la carpeta didáctica.
En diciembre nos capacitábamos, reordenábamos y limpiábamos las aulas y hacíamos reuniones de evaluación. En febrero lo mismo, a ordenar, preparar, planificar, elegir un libro… Algunos colegas, en cambio, trabajaban en colonias de vacaciones durante enero y febrero para hacerse unos mangos extra… no descansaban jamás, en todo el año.
La verdad, humildemente, fui una muy buena maestra. Trabajé con toda mi energía para educar a esos chicos, a quienes quise mucho y también me quisieron. Pero me cansé. No se puede vivir toda la vida trabajando de esa manera, parada todo el día, limpiando narices sucias, conteniendo chicos maltratados, teniendo en contra a los padres, gastando plata en libros, en regalitos para el día del niño, en materiales varios, corrigiendo y planificando y no pudiendo disfrutar de una vida de clase media sin que se vaya en eso la salud.
Y me acordé de todo esto leyendo los comentarios de mis colegas sobre los dichos de la presidenta. Me acordé también de un texto que leí en la facultad, donde el autor se preguntaba si los docentes eran o no profesionales, ya que su permanente lucha salarial y su breve capacitación inicial no los ubica claramente en ese lugar.
Yo recuerdo que en los comienzos del gobierno de Néstor los docentes dejaron de ser el residuo de la sociedad en que los había convertido el menemismo, empezaron a estar mejor. Pero ahora, en este momento ¿qué lugar quiere darle a la educación este país? Y sobre todo ¿por qué alimentar esos horribles mitos de la liviandad del trabajo docente, ofendiéndonos y dando lugar a que la gente siga faltándonos el respeto?
Yo apoyo este gobierno, pero como siempre dije, no soy oficialista sino que reflexiono críticamente acerca de cada una de las acciones. Y en este caso, creo que se cometió una injusticia con mis colegas.
Qué bueno Iris que cuentes esta historia, tu historia…
Y qué lástima que la Presidenta dejara salir su lado “común”, porque lo que dijo lo piensan muchos…
Y que bronca me da que el Ministro de Educación no abra la boca en nuestra defensa… y que peor aún, nos haya traicionado de esa manera aplaudiendo el grave error que estaba cometiendo la Jefa de Estado…
Saludos
Me emociona la historia y me agrada la delicadeza a la vez que firme, con la que aportas tu opinión acerca de las desafortunadas expresiones de nuestra Presidente.Saludos
Qué sensación de alivio en el alma me provoca leerte, será porque expresas es con palabras precisas lo que la emoción anuda… será porque hace un también año dejé las aulas y la atención de niños demandantes, será porque también deposité todas mis expectativas en este gobierno y me sentí estafada. Se puede decir las cosas sin herir gratuitamente, sin denostar al que trabaja… en fin duele la falta de respeto. Gracias, me sentí identificada con tu envío.