Tengo un poco abandonada mi sección de libros y lecturas, pero es que cuando hay mucho trabajo hay poco tiempo para la lectura…
Mi última exquisitez literaria fue “Liova corre hacia el poder”, de Marcos Aguinis.
Esta novela narra la infancia de Trotsky, primero desde la visión de su madre, su padre y otras personas de su entorno, y después desde su propia mirada.
El relato concluye con la revolución de 1917 y la llegada de Trotsky al poder.
El libro me gustó muchísimo, realmente me atrapó la historia y me acercó a un personaje del que apenas conocía alguna cosa.
Disfruté de toda la historia, aunque sufrí por su primera mujer, Alexandra, a quien deja a pedido de ella misma en Siberia para continuar con la revolución, pero según esta novela, nunca se reencuentran como pareja.
Uno de los pasajes que más me impresionó fue este donde se muestra hasta qué punto la miseria predominaba en la Rusia zarista, condición que, sumada a la guerra, desató la lucha de clases en ese país:
“…Al día siguiente se produjo una huelga llena de resentimiento. Los labriegos se tumbaron bajo los árboles para demostrarle a mi padre su profundo disgusto. Ya no peleaban, sino que se convertían en una parte agónica de la naturaleza. Mamá rogó a papá que contemporizara, pero él insistía que no era bueno aflojar ante una pandilla que había arrastrado a gente pacífica. Mamá se rebeló, como de costumbre. Pidió ayuda a varias mujeres para cocinar en grandes ollas el popular borsht, una casha espesa y, además, pasteles de mijo. Luego llevaron la comida en un carro hacia la multitud tendida bajo los árboles. Fueron recibidas con hostilidad, pero aceptaron el obsequio. Con Víctor me arriesgué a introducirme entre los peones. Deambulamos un par de horas. Escuché que varios se quejaban de no tener dónde dormir, otros que no podían alimentar a sus familias. Algunos eran viejos y nervudos, con la piel agrietada por el sol del verano y el hielo del invierno. Los más favorecidos estaban acompañados por una mujer y algunos hijos. La mayoría había llegado a pie desde lejos, alimentándose con raíces; no se diferenciaban de los animales. Era cierto, no se diferenciaban de los animales y por primera vez tomé conciencia de algo tan horrible. Mamá les aseguró que iba a entregarles melones, leche cuajada y pescado seco si levantaban la huelga. Al rato la huelga era levantada. Besé a mamá, la verdadera triunfadora de esta guerra sin heroísmo. Pero faltaba una consecuencia. Una consecuencia inesperada e increíble. Atraída por el olor de la comida emergió en el horizonte una ancha línea de espectros que avanzaba con las manos tendidas hacia delante. Como los ciegos. ¿Como los ciegos? ¡Eran ciegos de verdad! Habían perdido la vista por desnutrición crónica. Brotaban de la tierra como emponzoñados hongos después de una lluvia. Caminaban vacilantes,chocaban entre sí. Algunos se desplomaban y eran abandonados como si fuesen excrementos. Su destino no era otro que pudrirse sobre la estepa y ser comidos por las aves de rapiña. Sin cesar, con paso de autómatas, avanzaban hacia nosotros. Formaban una alucinante legión de cadáveres. Pero sus figuras de pesadilla no generaron lástima entre los peones, porque tratarían de quitarles sus exiguas raciones. Los labriegos sepusieron de pie y empezaron a echarlos como si fuesen langostas. Los empujaban y les pegaban con trapos y palas. Escupían, insultaban….”
No me acordaba de ésa parte. Y yo también sufrí por la mujer y sus dos nenas, que él deja en medio de la desolación. Pero, ¡qué fuerza la mujer, Alejandra! ¡Qué espíritu!!
Interesante novela biográfica. Aguinis ha morigerado su odio a la Iglesia católica.