Nunca se conoce del todo a una persona. Empecé a conocer a Luis Alberto Melograno Lecuna (Betto), hace más de 10 años a través de la lista Infoedu. Como suele suceder en ambientes profesionales, nos fuimos encontrando en variados grupos, listas, redes sociales y proyectos. En los últimos años nos conocimos personalmente y organizamos -junto a Román Gelbort– el primer y segundo Simposio de Software Libre y Educación.
A medida que lo fui tratando, fui descubriendo diferentes facetas de su personalidad: es educador, escritor, médico, artista plástico, gestor cultural, investigador educativo, e integrante de la famosa “patota cultural”.
¿Qué era eso de la “patota cultural”?
Fue un mote despectivo que utilizó en aquél entonces un comunicador (Sergio Velasco Ferrero), para referirse fundamentalmente a los hombres y mujeres de la cultura que nutrieron con sus propuestas y accionar, los primeros años del gobierno de Alfonsín. Reunidos a partir del “Centro de Participación Política”, creado por Jorge Roulet, integramos distintas comisiones. Allí fui designado coordinador de la Comisión de Política Cultural. Integraban los grupos entre otros Marcos Aguinis, Pacho O’Donnell, Mirta Arlt, María Esther de Miguel, Santiago Kovadloff, Manolo Antín, Hebe Clementi, Carlos Gorostiza, Osvaldo Bonet, Ricardo Wullicher, Alfredo Iglesias y Aída Bortnik. Al principio la coordinación general estaba a cargo de Luis Torres Agüero, y de Luis Gregorich, quien era el candidato natural a acceder al cargo de Secretario de Cultura de la Nación. Pero lamentablemente, la picardía de alguien con llegada directa a Alfonsín, logró que finalmente el elegido fuera otro, famoso como dramaturgo, pero que a Gregorich no le llegaba ni a los talones, desde el punto de vista de la conducción y administración. Esto fue una gran frustración, porque otra hubiera sido la historia con un intelectual y hacedor de la jerarquía de Gregorich como referente.
¿Y cómo fue esta experiencia política?
Con claroscuros. De hecho, no prosperó de manera organizada. Alguno aprovechó individualmente la situación, ya sea iniciando una “carrera política”, y otros, acogiéndose a los dudosos beneficios de la jubilación de privilegio, lo cual demuestra palmariamente que la viveza criolla no es ajena tampoco a los intelectuales argentinos. De todas maneras, rescato por exitosas, las experiencias de Manolo Antín en el Instituto del Cine, de Luis Gregorich en EUDEBA, de Javier Torre en el San Martín, y de Pacho O’Donell en Cultura de la ciudad de Bs. As. En lo personal, mis incursiones o intentos de incursión para colaborar en la transformación de la política fueron todos exitosos fracasos. Las tres veces que lo intenté, como Director de Cultura de Mar del Plata y en dos ocasiones como Coordinador de Gabinete de la Secretaría de Cultura de la Nación, me echaron, lo que he vivido como un mérito dada la incompatibilidad entre mi manera de hacer las cosas, y la burocracia y mediocridad que rodea a la gestión pública argentina en todos sus estamentos. Siempre se dice que no sirve despotricar contra el gobierno de turno, que hay que meterse en política para mejorarla y trabajar desde adentro por una sociedad mejor. Pero eso no es nada fácil, cuando la corrupción, la mediania y la máquina de impedir es estructural y omnipresente.
O sea que no hubo más intentos de incursionar en la política…
Bueno, uno no se resigna a que todo siga igual o peor, y años después ofrecí mis servicios a distintas fuerzas políticas, y la única que me respondió fue Unión por Todos. Allí participé de las comisiones de Cultura, Comunicación y Educación, elaborando una plataforma cultural nacional y otra para la ciudad de Buenos Aires. Como Coordinador de Comunicaciones y Cultura, participé activamente en la campaña electoral de UPT para las presidenciales del 2003 y para la Jefatura de Gobierno tiempo después. Y hasta allí llegó mi amor. Definitivamente, decidí dedicarme a mis propios proyectos educativos y culturales, que fui gestando desde mi salida de la Secretaría de Cultura, en 1988. Mi paso por la política, fue en sintonía con esa famosa frase atribuida a Cervantes: “La vida es un mero aprendizaje de la decepción”.
Siempre me sorprendió tu optimismo, tu apuesta por la cultura. Podrías haber seguido ocupando cargos políticos y sin embargo…
Preferí llevar adelante mi propio proyecto, dejando quizás un último intento de meterme en política para un futuro más que lejano. Así surgió “Pueblo Blanco”.
¿Por qué “Pueblo Blanco”?
Necesitaba encontrar un nombre de contenido y significación universal, que expresara los conceptos de tolerancia, respeto por la diversidad, y no discriminación, es decir, los valores humanos positivos que sustentan la Cultura de la Paz. La palabra “pueblo” implica la esencia gregaria del ser humano: nos realizamos en cuanto somos seres sociales. Y el color “blanco” es la suma de todos los colores. La lectura entonces es: Somos seres sociales que debemos respetarnos mutuamente, y nuestras diferencias de género, color, credo, ideologías, lejos de separarnos, deben nutrirnos y enriquecernos en la convivencia.
El sol euríndico de Pueblo Blanco, con dos rostros de perfil que conforman una sola cara, representa la síntesis del viejo y nuevo mundo, ya que los rioplatenses no somos ni 100% americanos, ni 100% del viejo mundo, sino un compendio de ambas culturas, lo que nos da un sentido universal. Esta concepción rechaza absolutamente a la corriente de pensamiento que dice que no tenemos raíces, que no tenemos historia. Al contrario, podemos abrevar desde el sentido de pertenencia, de múltiples aportes culturales de América y allende el océano.
Pueblo Blanco surgió con un centro cultural en Punta del Este, Uruguay – que aún conservamos y cuyo mérito ha sido contribuir desde la cultura a la integración regional – otro en Buenos Aires, que se “comió” el efecto “Tequila” a principios de los noventa, y un kinder, colegio primario, y secundario, llamado “United High School”, que se conformó con la fusión de dos prestigiosas instituciones: el Victoria College, y Pueblo Blanco High School.
Supongo que llevar adelante un proyecto de estas características no será fácil en nuestro país…
Suponés muy bien. El apoyo estatal a la iniciativa privada es nulo. Peor aún: en realidad, en vez de apoyar a quienes dedican su patrimonio intelectual y económico a la cultura y la educación, (como sucede en los países civilizados), los gobiernos argentinos los maltratan y atacan por acción u omisión. Por caso, es sabido que desde el default hasta nuestros días, han desaparecido más de un centenar de escuelas de gestión privada solamente en la ciudad de Buenos Aires, ante la indiferencia oficial. Por eso podríamos parafrasear a la lapidaria frase cervantina, diciendo que “Tratar de cambiar para bien las cosas en Argentina, es un mero aprendizaje de la decepción”. Pero hay que seguir adelante, como dice el “Avanti” de Almafuerte. Contra viento y marea. Si perdemos la esperanza, todo estará perdido.
En las numerosas actividades que habrás organizado en tantos años de gestor cultural, conociste seguramente a numerosas personalidades de la cultura. ¿A quiénes rescatás?
Sería largo de enumerar, pero sin dudas a Borges y a Piazzolla, como paradigmas de máxima jerarquía en sus respectivas actividades, al filósofo Jaime Barylko, maestro y amigo, a Bernardo Kliksberg y su accionar desde organismos internacionales bregando por el desarrollo latinoamericano a partir de la ética, a Ricardo Marcángeli, un pintor excepcional que no ha trascendido en función de su calidad, al venezolano Luis Alberto Machado, autor de “La Revolución de la Inteligencia”, tan polémico como contundente en su visión de nuestra realidad y de la necesidad de “democratizar” la inteligencia, y cuya lectura recomiendo.
¿Cómo se hace para llevar adelante tantas actividades diferentes como la de escritor, artista plástico, investigador?
Pues necesariamente algunas son postergadas por las exigencias que plantean otras. Cuando dejé de ejercer la Medicina para dedicarme a la Educación, no sabía que seguiría tan ligado a ella a partir de la Neurociencia. Hoy en día es fundamental este vínculo, para saber cómo aprende nuestro cerebro, y generar entornos de educativos más compatibles dentro de este artificio que es la escuela. Las Artes Plásticas han sido las más postergadas porque la actividad en una escuela es muy absorbente y demandante. Pero despunto el vicio con algún taller de escultura, que es la disciplina que más me apasiona.
Actualmente, me estoy dedicando más a la investigación educativa, al desarrollo de nuestra postura o modelo educativo que he denominado “integracionismo educativo”, motivo por el que me convocan con cierta asiduidad a dar conferencias en congresos internacionales, y fundamentalmente a escribir, tanto textos técnicos como de ficción. ¡Es que la vida es muy corta, y hay que sacarle el jugo!
¡Muchas gracias, Betto!
Este post inaugura una serie llamada Retratos porteños, en la que entrevistaré a una serie de personas que hacen a nuestra ciudad de Buenos Aires, desde la cultura, desde el trabajo o desde una pasión.