Adiós a Mario Benedetti

Benedetti fue parte de mi adolescencia. Le dio letra a mis momentos románticos a través de sus poesías, y resignificó algunas escenas familiares a través de sus novelas. Para recordarlo, elijo algunos fragmentos de La borra del café que por algún motivo me quedaron grabados en la memoria; seguramente porque muestran una particular visión de algunos hechos cotidianos, a través de la propia infancia.

“Mi familia siempre se estaba mudando. Al menos desde que tengo memoria. No obstante, quiero aclarar que las mudanzas no se debían a desalojos por falta de pago, sino a otros motivos, quizá más absurdos pero menos vergonzantes. Confieso que para mí ese renovado trajín de abrir y cerrar cajones, baúles, grandes cajas, maletas, significaba una diversión”.

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“La casa de Capurro tenía asimismo claves y misterios. Por ejemplo,  yo advertía que a veces, por lo común a la hora de la siesta, cuando mi padre se acercaba a mi madre y empezaba a cercarla con caricias, besos y abrazos furtivos, en ciertas ocasiones mi madre sonreía, le devolvía algún beso y luego ambos se encerraban en el dormitorio. Pero otras veces, cuando mi padre empezaba con sus arrumacos, mi madre se ponía seria y simplemente le decía: “Hoy no puedo, viejo. Vinieron los de Galarza”. Para mí esa respuesta era un enigma, porque yo había estado toda la mañana en casa y nadie había venido: ni los de Galarza ni los de ninguna otra familia. Además, yo no conocía a nadie que se llamara así. Sólo varios años después supe que Galarza era el nombre de un jefe colorado, durante los años de guerra civil y, según la leyenda, cuando sus hombres pasaban por algún poblado, los derramamientos de sangre eran inevitables.”

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“Allí había varios árboles, con sus correspondientes pájaros. El más cercano, era una higuera, que en verano me proporcionaba sombra y también higos, cuya ingestión clandestina me produjo más de una diarrea. En realidad, no los hurtaba, tenía la autorización de Norberto (no la de sus padres, claro) para el consumo indiscriminado. La razón última de tanta generosidad era tal vez que a él los higos le repugnaban profundamente. Por otra parte, aquella enorme y hospitalaria higuera era nuestro puente: a través de sus ramas acogedoras, yo ingresaba al territorio de Norberto, o él se introducía en mi cuarto; sin perjuicio de todas las veces que nos quedábamos en el árbol. Éste tenía dos conjunciones de gruesas ramas construidas por el Señor (la interpretación era del neófito Norberto y no la mía) a la medida de nuestras escuálidas asentaderas. Allí hablábamos del mundo y sus alrededores. Especialmente de fútbol.”

Mario Benedetti, La borra del café.

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