Amiga… ¿te acordás cuando nació mi primer hijo? Vos estuviste ahí, la noche anterior y escuchaste sus latidos cuando vino la partera a revisarme… Y estuviste acá conmigo en los momentos más difíciles… ¿te acordás?
Claro, es probable que no se me notara el despelote mental y corporal que tenía, porque soy una persona que disimula bastante bien algunas cosas, así que ahora, que pasaron once años, ya me animo a describirte ciertos aspectos de la maternidad…
Lo primero que te pasa cuando tenés un bebé es que dejás de vivir tu vida para pasar a ser una herramienta de ese pequeño dictador: si quiere algo llora, si no se lo das, llora más fuerte, si no se lo das, llora más fuerte y -pequeño detalle- el llanto de tu hijo es algo muy parecido a una chinche en tu silla –por decir algo elegante-. No se puede soportar.
Así que si estás durmiendo, bañándote, sentada en algún sitio de la casa más o menos privado… ¡no importa! Porque va a ser peor escuchar ese maldito sonido que te taladra a interrumpir esa tarea, sea de índole biológica o cultural, que estés realizando. Y entonces vas y le das de comer, y si sigue llorando lo tratás de hacer dormir, y si sigue llorando lo das vuelta, le cantás, lo acunás… ¿¡Qué le pasa!? De a poco vas aprendiendo que los bebés, además de tener hambre, también tienen calor, frío, aburrimiento (¡¡¡sí, se aburren!!!), angustia existencial, dolor cuando cortan los dientes, angustia del octavo mes, y a todo esto… a veces se enferman. A mí las enfermedades de mis hijos siempre me ayudaron mucho, porque cuando ellos están enfermos aprendo que todo puede ser peor, que la vida normal es dura pero se soporta, que lo verdaderamente insoportable es cuando tu hijo se enferma… La pediatra se cree que sos algo muy parecido a Mary Poppins y te da instrucciones imposibles, como darle la teta una hora antes y una hora después de que tome el remedio, nebulizarlo cada media hora y entre nebulización y nebulización hacerle masajes entonando las estrofas del Himno Nacional… (¡¡eh, pediatra!! ¿puedo ir al baño?)
No dormir, no comer, no leer, no hablar tranquila por teléfono, no portar cadenitas ni objetos punzantes, no arreglarte (si la ropa no te entra!!), ver tu casa convertida en un espacio adaptado para niños, no poder hacer nada tranquila… sería lo primero que te pasa con la maternidad… ¡No te preocupes! Con suerte, sólo te pasa durante los primeros tres años. Por eso… ¡adoramos la guardería! Tres horas por día en que podés hacer algo, lo que sea, tranquila! Ahí es cuando empezás a amar tu trabajo. Sea lo que sea, siempre el trabajo va a ser menos tortuoso que la absoluta dependencia de ese pequeño ser. (¿Cargar bolsas en el puerto? ¡¡Copaaado!! ¡Las bolsas no lloran ni usan pañales!)
Paralelamente a todo lo descripto existen otros elementos, como por ejemplo, los cambios hormonales que te llevan de la alegría a la tristeza en un segundo, que en cinco minutos te llena la cara de acné o de pelos que en diez minutos se caen, la leche que no baja, las durezas en las mamas, los puntos de la cesárea o de todos esos malditos lugares del cuerpo que se rompen con los embarazos y partos… y a todo esto, soportar maridos (con ganas de rajarse con una menos loca y menos gorda), suegras, familiares y vecinos, que ¡¡todos saben más que vos acerca de tu bebé!! Y además, todos lo pasaron bomba y todos te dicen: chicos chicos, problemas chicos, chicos grandes, problemas grandes.
Mi respuesta, además de hacer algún gesto obsceno con la mano, y sobre todo ahora que ya pasaron once años de mi primer bebé, es:
Si cuando el chico es chico el problema te parece chico, cuando el chico sea grande, el problema va a ser grande. Ocupate bien, como corresponde, de tu hijo cuando es chico, y cuando sea grande los problemas serán de un tamaño normal tirando a chico.
Y ocuparte bien significa darle mucho amor, compartir tiempo y actividades con él, pero también significa, y esto es fundamental, mantenerte a vos misma sana psicológicamente. Te puedo asegurar que una madre loca-rayada-sacada-superada-por-la-situación le hace más daño a un chico que la guardería o cualquier institución creada para fines educativos.
¡Fuerza! ¡Paciencia! y ¡A no romper con que la casa esté limpia y ordenada! Al que le guste el orden, que vaya a visitar a otra madre.
Anita, te quiero mucho. Vas a ver que todo esto se olvida, igual que el dolor de parto. Tanto, que muchas nos animamos a tener otro hijo. 🙂