-Mamá, ya tenemos e-book reader.
El anuncio de mi hija sobre el regalo que recibieron (un lector de libros electrónicos para compartir entre mis dos hijos), coincidió con el día en que llegó la biblioteca nueva en la que empecé -como casi último paso de mi mudanza- a organizar los libros, separándolos entre los libros de los chicos y los míos.
Cientos de libros traídos desde la casa anterior, muchísimos de cada editorial, del mismo tamaño y distintos colores, hermosos, perfumados, prolijitos, alineados en cubos de 30 x 30 cm. Otros tantos de distintos tamaños, viejitos libros hermosos que leímos desde el nacimiento de mi primer hijo, hace 12 años. Libros heredados de mi infancia. Libros con los que lloramos, libros con los que reímos repitiendo los chistes durante almuerzos y cenas, libros que leímos frente a un grabador -conservo todavía algunos audios-.
Y esa sensación de creerme millonaria nadando en ese mar de libros. Sí, para mí ordenar todos esos libros es mucho más hermoso que contar billetes. Es manipular historias hermosas que pudieron vivir mis hijos -en soledad o en familia- en algún precioso momento de su infancia.
Ahora tenemos e-book reader. ¿Y entonces? ¿En qué se va a convertir nuestra biblioteca? ¿En una estantería de recuerdos?
Siento que mis millones se transformaron en papeles en blanco, siento que cerró el casino y me quedé con cientos de inútiles fichas, siento que todos esos libros son ahora adornos que juntan ácaros, y que le serían más útiles a otra persona, a una escuela tal vez. Pero me niego a desprenderme de ellos. Por primera vez me reconozco coleccionista de algo. Y así como tiré mi colección de boletos o mis álbumes de figuritas, colecciones que no prosperaron y me aburrieron, me niego a regalar mi álbum de libros, y me duele sentir que nunca más voy a comprar un libro de papel o una revista.
Estoy elaborando un duelo, y es el de la pérdida de sentido del libro como objeto de papel. Aunque festejo y disfruto de lo que viene, me duele detener el crecimiento de ese tesoro que es mi biblioteca. Ya no va a quedar inmortalizado en un objeto visible cada libro que lea. Tendré que reaprender el placer de la lectura y de mirar lo leído desde otro lugar, sin medir mi cultura en kilos de papel. No creo que sea fácil. Pero estoy segura de que es inevitable.